Nuestro hombre en la habana by Graham Greene

Nuestro hombre en la habana by Graham Greene

autor:Graham Greene [Greene, Graham]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Conte
publicado: 2011-01-20T21:22:12+00:00


CUARTA PARTE

Capítulo Primero

1

Wormold abrió la puerta. El farol de la calle descubría vagamente las aspiradoras paradas como catafalcos. Se dirigió a la escalera. Beatriz susurró: –Espere, espere. Me pareció oír… Eran las primeras palabras que hablaban desde que Wormold había cerrado la puerta del departamento del doctor Hasselbacher.

–¿Qué pasa?

Beatriz extendió la mano y agarró una pieza metálica del mostrador; la asió como un garrote y dijo: –Tengo miedo.

"Ni la mitad del mío", pensó él. ¿Es que con la pluma se pueden traer seres humanos al mundo? ¿Y qué clase de mundo? ¿Había escuchado Shakespeare la noticia de la muerte de Duncan en una taberna o es que oyó el golpe en la puerta de su propio dormitorio después que hubo terminado de escribir "Macbeth"? Se puso a cantar en el centro de la pieza, para darse ánimo: "Dicen que la tierra es redonda;

mi locura ofende".

–Silencio -pidió Beatriz-. Alguien se mueve arriba.

Wormold pensó que lo único que temía era a sus personajes imaginarios, no a seres vivientes que hicieran crujir tablas. Subió corriendo y le interceptó una sombra. Sintió la tentación de nombrar a todas sus creaciones al mismo tiempo y acabar con ellas: Teresa, el jefe, el profesor, el ingeniero.

–Qué tarde vienes -se oyó la voz de Milly. No era nada más que Milly, de pie en el pasillo entre el baño y su cuarto.

–Fuimos a dar un paseo.

–¿Y la volviste a traer? -preguntó Milly-. ¿Por qué?

Beatriz subió cuidadosamente las escaleras, llevando en guardia su garrote improvisado.

–¿Está despierto Rudy?

–No creo.

Beatriz dijo:

–Si hubiera recibido algún mensaje, le habría esperado despierto.

Si los personajes de uno eran bastante reales como para morirse, seguro que serían bastante reales como para enviar mensajes. Abrió la puerta de la oficina. Rudy se movió.

–¿Algún mensaje, Rudy?

–No.

Milly dijo:

–Se perdieron todo el entretenimiento.

–¿Qué entretenimiento?

–La policía andaba enloquecida por todas partes. Tienes que haber oído las sirenas. Creía que había una revolución y llamé al capitán Segura.

–¿Y bien?

–Alguien trató de asesinar a alguien que salía del Ministerio del Interior. Debieron confundirle con el ministro, pero no era. Disparó desde un automóvil y se escapó.

–¿Quién era?

–Todavía no lo apresaron.

–El asesinable, digo.

–Nadie importante. Pero se parece al ministro. ¿Dónde habéis comido?

–En el Victoria.

–¿Langosta rellena?

–Sí.

–Me alegro mucho de que no te parezcas al presidente. El capitán Segura dice que el pobre doctor Cifuentes estaba tan asustado que se mojó los pantalones y después se emborrachó en el Country Club.

–¿El doctor Cifuentes?

–¿Le conoces?; el ingeniero.

–¿Le dispararon?

–Te dije que fue un error.

–Vamos a sentarnos -dijo Beatriz. Hablaba por los dos.

Wormold dijo:

–El comedor…

–No quiero sillas duras. Quiero algo blando. Tal vez me dé por llorar.

–Bueno, si no le importa el dormitorio -dijo él, mirando a Milly, dudoso.

–¿Usted conoce al doctor Cifuentes? -preguntó Milly a Beatriz, llena de compasión.

–No. Lo único que sé es que tiene berriga.

–¿Qué es berriga?

–Tu padre dijo que así llaman aquí a los bizcos.

–¿Él se lo dijo? Pobre papá. Te has metido en honduras.

–Mira, Milly, ¿quieres irte a la cama, por favor? Beatriz y yo tenemos que trabajar.

–¿Trabajar?

–Sí, trabajar.

–Es muy tarde para trabajar.

–Me paga horas extras -dijo Beatriz.



descargar



Descargo de responsabilidad:
Este sitio no almacena ningún archivo en su servidor. Solo indexamos y enlazamos.                                                  Contenido proporcionado por otros sitios. Póngase en contacto con los proveedores de contenido para eliminar el contenido de derechos de autor, si corresponde, y envíenos un correo electrónico. Inmediatamente eliminaremos los enlaces o contenidos relevantes.